Es habitual que algunos alumnos novatos en las artes marciales pretendan exhibir, de forma presurosa y frecuente, el conjunto de conocimientos técnicos del que disponen.
Contrastar, empíricamente, lo que en teoría ya conocen. Probarse a sí mismos! Y ello se torna fundamental si el medio para canalizarlo es el combate físico por cuanto, afirman, es la esencia de estos deportes.
En esta misma línea, recuerdo la historia de un alumno que motivado por resultados favorables en sus anteriores prácticas de combate, tuvo una nueva oportunidad de mostrar sus recursos en nuestra clase.
Próximo a él, lo aguardaba un luchador mas experimentado. Como era costumbre en esa época, los contendientes se enfrentaban ‘a cara descubierta’ (sin utilizar cabezales, pecheras u otras protecciones).
Luego del saludo protocolar, inició la pelea. A juzgar por el semblante del adversario todo parecía normal.
Los gestos de nuestro alumno novato evidenciaban lo contrario: tembloroso y ‘cuasi’ estático, tenso, dubitativo, reflexivo y llamativamente transpirado antes de comenzar. Eran claros indicadores de una situación muy distinta a las experimentadas. La adrenalina producida, esta vez, no generaba reacciones favorables.
Su mirada se mostraba ‘ida’ y hasta diríamos que no sería capaz de notar la llegada del primer golpe de puño del oponente sobre su parietal izquierdo.
Pocos imaginaban las ideas que fluían por él. Únicamente, los de su entorno íntimo éramos conocedores de su problemática. Era la primera vez que, luego de haber pensado sobre los combates, asumía un enfrentamiento.
Se advertía como, en el preciso instante en que ordenaron combatir, nuestro novato procuraba discernir ante la dualidad que se presenta en una lucha: Golpear duro y ganar o, en su defecto, ser golpeado y, finalmente, derrotado. En ambos sentidos, muchas cuestiones son válidas. Consideremos algunas.
¿Debo desarrollar mi poderío marcial ganando el combate pero, probablemente, golpeando muy duro sobre la humanidad de mi oponente? ¿Pegar sin medir, asegurándome de que el golpe llegue a destino? ¿Tiene sentido golpear y, eventualmente, lesionar a una persona? ¿Cuál podría ser la resultante de mi golpe sobre aquel ser humano? ¿Debo pegar y asumir que cualquier problema es solo un hecho fortuito?
¿Es viable prescindir de todos mis recursos y, consecuentemente, perder el combate? ¿Y si, por hacerlo, recibo fuertes impactos sobre mi cuerpo? ¿Debo desplegar mi habilidad, únicamente, para esquivar golpes y aumentar mi posibilidad de perder? ¿Si no uso toda mi potencia en el golpe, qué me asegura que mi adversario no la hará? ¿Si no utilizo mis mejores recursos, qué objeto tiene practicar?
En síntesis: ¿Libero todo mi potencial subestimando las consecuencias ó, en cierta forma, lo reprimo e incremento mi probabilidad de derrota y de recibir un fuerte golpe?
Esta situación dual se nos presenta como si fueran 2 caras de la misma moneda. Distintas formas de ver las cosas. Como si fuera ‘el yin y el yang’ en un hecho concreto.
Esta dualidad no es casual, nada lo es. Si somos seres racionales y personas de bien, tarde o temprano, enfrentaremos esta situación. Como si se tratase de un nuevo desafío. Como si se tratase de un nuevo combate. No físico, en este caso.
Por supuesto. Estará en cada uno de nosotros, si se plantea, librar esta batalla.
Luis
Nota: Falta cerrar la anécdota recordando que estuve inconsciente un tiempo importante. El ‘knock-out’ que me produjo aún lo recuerdo.